B.
es un pueblo de provincia donde se prohibieron los bailes porque
siempre terminaban con peleas, borracheras y desorden general. La
prohibición, decidida por la Junta de vecinos y aprobada por el
intendente, encontró en el Dr. A., el médico del pueblo, un
acérrimo defensor. Su voz áspera, desde la mesa del café de la
Plaza, donde solía reunirse con sus amigos, y su escritura
exagerada, desde las columnas de opinión de La voz de B., el diario
del pueblo, condenaban reiteradamente el baile. "El baile
-decía- es una forma de involución. Retrotrae a la especie a la
lujuria, la embriaguez y la violencia propias de sus estados más
primitivos.
Es
el origen de todo tipo de vicios y enfermedades. El baile incita a la
sensualidad, excita los bajos instintos y provoca una irreversible
degeneración. Conduce a la pérdida del control de sí mismo,
destruye el delicado equilibrio de la personalidad y abre sus puertas
a todo tipo de desórdenes biopsicofisiológicos. El baile lleva en
sí el peligro de la decadencia que nos hace descender al nivel de
las razas inferiores y sus salvajes costumbres.
El
baile, por lo tanto, es el comienzo del abandono de la vida normal y
sana, que es la que conduce a la vida recta y decente." Los
parroquianos del café de la Plaza y los lectores de La voz de B.
seguían con suma atención y creciente asentimiento tales
afirmaciones. La gente del pueblo era muy respetuosa de los títulos
profesionales y del vocabulario científico.
Cuando
G., un médico joven, llegó a B., notó, al poco tiempo, la ausencia
de bailes. Se enteró de la prohibición, indagó sus razones y la
juzgó desmesurada. Estimó impertinente, asimismo, que el médico
comprometiera, con su intervención, al verdadero pensamiento
científico. El apoyo de un médico a la prohibición de los bailes
con argumentos tan pomposos como desdichados y, sin embargo, aparente
mente efectivos, irritó tanto su sentido de la responsabilidad
profesional como su inteligencia. Decidió, entonces, objetar la
prohibición y enfrentar al Dr. A.
De
este modo, podría discutir sus argumentos pseudo-científicos y
luchar en defensa de la verdadera ciencia, que no es contraria a la
razón y al buen sentido. Su novedosa presencia en el café de la
Plaza poco a poco se volvió habitual. Sus notas en La Voz de B.,
cada vez más numerosas y polémicas. Estratégicamente enfrentó al
Dr. A. con sus armas. Citó -profusamente- a Darwin, Claude Bernard,
Spencer (autores que para una posición positivista constituían
autoridades notorias), a Octavio Bunge y a José Ingenieros (autores
clásicos pertenecientes al positivismo argentino).
La
naturaleza y la cantidad de tales citas se dirigía al médico del
pueblo, como una muestra de su artillería bibliográfica, para
señalar las incoherencias en las que aquel incurría al apoyarse en
conocimientos notoriamente pobres sobre las teorías científicas a
las que recurría. El joven médico también juzgó a su estrategia
pertinente para mostrar a la Junta su erudición. Claro que G.,
habiéndose dado cuenta de que el médico no era un erudito y de que
la Junta lo era mucho menos, había inventado gran parte de sus
citas.
De
ese modo, con sus propias armas, los había reducido al silencio, a
no poder contrarrestar su desbordante batería verbal. Y, por su
parte, la gente del pueblo había asistido a ese debate del que no
comprendía nada pero del que percibía ese rendido silencio final
del médico y de la Junta. Eso era lo que buscaba G. para lanzar su
ataque final. Recordó entonces a la gente del pueblo, lo saludable
del movimiento y de la alegría junto con la distensión necesaria
que brindan la felicidad de los bailes y las canciones en las que se
desahogan las penas de la vida cotidiana.
La
Junta insistió en su argumento principal: los bailes siempre
terminaban en borracheras, peleas y desorden. G. preguntó si acaso
desde que se prohibieran los bailes, los desórdenes habían
concluido. "¿Nadie se ha emborrachado ni se ha peleado desde
que no se baila?", preguntó. Y M., uno de los miembros de la
Junta, dijo a la gente que no se dejaran enredar con palabras. A lo
que G. contestó que lo que acababa de decir M. eran palabras, así
como las afirmaciones del Dr. A. también eran palabras y, para
colmo, desvirtuadas por la deteriorada memoria o el escaso
conocimiento de un médico que tenía edad y experiencia suficientes
como para entender que serviría mejor a la profesión y al
pensamiento científico si no intervenía en cuestiones que no eran
de su directa incumbencia.
Luego
preguntó, dirigiéndose a la gente, si preferían dejarse enredar
por las palabras raquíticas que vociferaban órdenes y diagnósticos
en nombre de teorías dudosas y confusas o por aquellas palabras que
mostraban claros conocimientos y que daban razones comprensibles
empleando sólo el propio entendimiento.
Una
vez que haya concluido la lectura, le sugerimos que proponga a los
estudiantes una reflexión y puesta en común trabajando alrededor de
los siguientes interrogantes. ¿Qué tipo de argumento utiliza la
Junta para fundamentar su prohibición del baile?, ¿qué tipo de
argumentos agrega el Dr. A. para reforzar esa fundamentación?, ¿qué
falacias y recursos literarios son utilizados?, ¿por qué tales
argumentos persuaden a la población de B. respecto de la legitimidad
de la prohibición?, ¿qué tipo de estrategia argumentativa utiliza
G.?, ¿en qué se parece y en qué se diferencia de la de A.?,
¿considera sólo a su interlocutor?, ¿qué visiones de la ciencia
entran en juego?, ¿qué opinión fundada pueden formular respecto de
la intervención de la mentira en esa estrategia?, ¿cuál les parece
el argumento más contundente de G.?, ¿qué puesto ocupa dentro de
su estrategia?, ¿qué argumentos no utiliza G que sí podría haber
utilizado, considerando lo anterior?, ¿cuál sería la actitud de
ustedes si llegaran a B. y se enteraran de la prohibición y de sus
fundamentos?, ¿cómo fundamentarían su propia posición al
respecto?
A
continuación, usted podrá guiar a sus alumnos sugiriéndoles
algunas aproximaciones que los acompañen en la formulación de
respuestas pertinentes. Para ello, tenga en cuenta algunos
lineamientos básicos que podrán facilitar sus procesos. Aquí le
presentamos algunos: la razón básica que sostiene la posición
tomada por la Junta es que el baile produce desórdenes. El Dr. A.
utiliza argumentos que apelan a su autoridad, a la autoridad de la
ciencia, a la valoración general de la salud y la decencia, etc. G.
también utiliza falacias y recursos literarios cuando ataca a la
persona de A. (en lugar de hacerlo con sus argumentos) y cuando apela
a la autoridad de la ciencia, pero también cuando enuncia las
costumbres festivas del pueblo, al sentido común y, hacia el final,
al uso del entendimiento. Su argumento principal es lógicamente
correcto: si persisten los desórdenes a pesar de no realizarse
ningún baile, se sigue que los desórdenes no son producto necesario
y exclusivo de los bailes. Un eje notorio para que usted trabaje con
los jóvenes es el que despliega los argumentos a favor de la
prohibición del baile y los argumentos para que no sean prohibidos.
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