martes, 3 de septiembre de 2013

Un pueblo sin baile


B. es un pueblo de provincia donde se prohibieron los bailes porque siempre terminaban con peleas, borracheras y desorden general. La prohibición, decidida por la Junta de vecinos y aprobada por el intendente, encontró en el Dr. A., el médico del pueblo, un acérrimo defensor. Su voz áspera, desde la mesa del café de la Plaza, donde solía reunirse con sus amigos, y su escritura exagerada, desde las columnas de opinión de La voz de B., el diario del pueblo, condenaban reiteradamente el baile. "El baile -decía- es una forma de involución. Retrotrae a la especie a la lujuria, la embriaguez y la violencia propias de sus estados más primitivos.
Es el origen de todo tipo de vicios y enfermedades. El baile incita a la sensualidad, excita los bajos instintos y provoca una irreversible degeneración. Conduce a la pérdida del control de sí mismo, destruye el delicado equilibrio de la personalidad y abre sus puertas a todo tipo de desórdenes biopsicofisiológicos. El baile lleva en sí el peligro de la decadencia que nos hace descender al nivel de las razas inferiores y sus salvajes costumbres.
El baile, por lo tanto, es el comienzo del abandono de la vida normal y sana, que es la que conduce a la vida recta y decente." Los parroquianos del café de la Plaza y los lectores de La voz de B. seguían con suma atención y creciente asentimiento tales afirmaciones. La gente del pueblo era muy respetuosa de los títulos profesionales y del vocabulario científico.
Cuando G., un médico joven, llegó a B., notó, al poco tiempo, la ausencia de bailes. Se enteró de la prohibición, indagó sus razones y la juzgó desmesurada. Estimó impertinente, asimismo, que el médico comprometiera, con su intervención, al verdadero pensamiento científico. El apoyo de un médico a la prohibición de los bailes con argumentos tan pomposos como desdichados y, sin embargo, aparente mente efectivos, irritó tanto su sentido de la responsabilidad profesional como su inteligencia. Decidió, entonces, objetar la prohibición y enfrentar al Dr. A.
De este modo, podría discutir sus argumentos pseudo-científicos y luchar en defensa de la verdadera ciencia, que no es contraria a la razón y al buen sentido. Su novedosa presencia en el café de la Plaza poco a poco se volvió habitual. Sus notas en La Voz de B., cada vez más numerosas y polémicas. Estratégicamente enfrentó al Dr. A. con sus armas. Citó -profusamente- a Darwin, Claude Bernard, Spencer (autores que para una posición positivista constituían autoridades notorias), a Octavio Bunge y a José Ingenieros (autores clásicos pertenecientes al positivismo argentino).
La naturaleza y la cantidad de tales citas se dirigía al médico del pueblo, como una muestra de su artillería bibliográfica, para señalar las incoherencias en las que aquel incurría al apoyarse en conocimientos notoriamente pobres sobre las teorías científicas a las que recurría. El joven médico también juzgó a su estrategia pertinente para mostrar a la Junta su erudición. Claro que G., habiéndose dado cuenta de que el médico no era un erudito y de que la Junta lo era mucho menos, había inventado gran parte de sus citas.
De ese modo, con sus propias armas, los había reducido al silencio, a no poder contrarrestar su desbordante batería verbal. Y, por su parte, la gente del pueblo había asistido a ese debate del que no comprendía nada pero del que percibía ese rendido silencio final del médico y de la Junta. Eso era lo que buscaba G. para lanzar su ataque final. Recordó entonces a la gente del pueblo, lo saludable del movimiento y de la alegría junto con la distensión necesaria que brindan la felicidad de los bailes y las canciones en las que se desahogan las penas de la vida cotidiana.
La Junta insistió en su argumento principal: los bailes siempre terminaban en borracheras, peleas y desorden. G. preguntó si acaso desde que se prohibieran los bailes, los desórdenes habían concluido. "¿Nadie se ha emborrachado ni se ha peleado desde que no se baila?", preguntó. Y M., uno de los miembros de la Junta, dijo a la gente que no se dejaran enredar con palabras. A lo que G. contestó que lo que acababa de decir M. eran palabras, así como las afirmaciones del Dr. A. también eran palabras y, para colmo, desvirtuadas por la deteriorada memoria o el escaso conocimiento de un médico que tenía edad y experiencia suficientes como para entender que serviría mejor a la profesión y al pensamiento científico si no intervenía en cuestiones que no eran de su directa incumbencia.
Luego preguntó, dirigiéndose a la gente, si preferían dejarse enredar por las palabras raquíticas que vociferaban órdenes y diagnósticos en nombre de teorías dudosas y confusas o por aquellas palabras que mostraban claros conocimientos y que daban razones comprensibles empleando sólo el propio entendimiento.


Una vez que haya concluido la lectura, le sugerimos que proponga a los estudiantes una reflexión y puesta en común trabajando alrededor de los siguientes interrogantes. ¿Qué tipo de argumento utiliza la Junta para fundamentar su prohibición del baile?, ¿qué tipo de argumentos agrega el Dr. A. para reforzar esa fundamentación?, ¿qué falacias y recursos literarios son utilizados?, ¿por qué tales argumentos persuaden a la población de B. respecto de la legitimidad de la prohibición?, ¿qué tipo de estrategia argumentativa utiliza G.?, ¿en qué se parece y en qué se diferencia de la de A.?, ¿considera sólo a su interlocutor?, ¿qué visiones de la ciencia entran en juego?, ¿qué opinión fundada pueden formular respecto de la intervención de la mentira en esa estrategia?, ¿cuál les parece el argumento más contundente de G.?, ¿qué puesto ocupa dentro de su estrategia?, ¿qué argumentos no utiliza G que sí podría haber utilizado, considerando lo anterior?, ¿cuál sería la actitud de ustedes si llegaran a B. y se enteraran de la prohibición y de sus fundamentos?, ¿cómo fundamentarían su propia posición al respecto?
A continuación, usted podrá guiar a sus alumnos sugiriéndoles algunas aproximaciones que los acompañen en la formulación de respuestas pertinentes. Para ello, tenga en cuenta algunos lineamientos básicos que podrán facilitar sus procesos. Aquí le presentamos algunos: la razón básica que sostiene la posición tomada por la Junta es que el baile produce desórdenes. El Dr. A. utiliza argumentos que apelan a su autoridad, a la autoridad de la ciencia, a la valoración general de la salud y la decencia, etc. G. también utiliza falacias y recursos literarios cuando ataca a la persona de A. (en lugar de hacerlo con sus argumentos) y cuando apela a la autoridad de la ciencia, pero también cuando enuncia las costumbres festivas del pueblo, al sentido común y, hacia el final, al uso del entendimiento. Su argumento principal es lógicamente correcto: si persisten los desórdenes a pesar de no realizarse ningún baile, se sigue que los desórdenes no son producto necesario y exclusivo de los bailes. Un eje notorio para que usted trabaje con los jóvenes es el que despliega los argumentos a favor de la prohibición del baile y los argumentos para que no sean prohibidos.


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