martes, 3 de septiembre de 2013

Clamores.


Las sábanas no la dejaban comenzar el día, cambiar el paraíso del interior de la cama por los fríos azulejos del inhóspito cuarto de baño era impensable. Se dio otra vuelta, enrollándose en las blancas telas que la tenían capturada con sus cálidos cánticos.

¿Y si simplemente no te levantas? – escuchaba con claridad en su oído, sin saber si se trataba de su imaginación o de una sirena enviada por Morfeo. Y de pronto no parecía necesario comenzar un nuevo día. Su mullida cama podía ofrecerle todo lo necesario para ser feliz: calor, suavidad, cariño y comprensión.
Entonces, en un acto de locura del corazón decidió quedarse ahí, por siempre. Algo en su corazón le decía que era lo correcto.
Giró nuevamente para dejarse atrapar por las finas telas blancas, que la apretaron hasta que salir parecía imposible, y con un suspiro se dejó vencer. Quién sabe si algún día hubiera sido capaz de librarse de tan maravillosa prisión si no hubiera escuchado en ese momento el angustioso llamado de una pequeña voz, que clamaba por su misericordia. Un escalofrío recorrió su espalda y se quedó ahí, apagando sin piedad ese gozo que inundaba su corazón. Y arrastrando sus ojeras se dirigió a la cocina mientras a lo lejos seguía escuchando la desesperada voz clamando:
Mamáaaaa… Lechecitaaaa…

Alfredo Rodríguez. 

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