jueves, 15 de agosto de 2013

Axolot - Julio Cortázar

Axolot - Julio Cortázar

Hubo un tiempo en que yo pensaba mucho en los axolotl. Iba a verlos al acuario del Jardín des Plantes y me quedaba horas mirándolos, observando su inmovilidad, sus oscuros movimientos. Ahora soy un axolotl.

El azar me llevó hasta ellos una mañana de primavera en que París abría su cola de pavo real después de la lenta invernada. Bajé por el bulevar de Port Royal, tomé St. Marcel y L’Hôpital, vi los verdes entre tanto gris y me acordé de los leones. Era amigo de los leones y las panteras, pero nunca había entrado en el húmedo y oscuro edificio de los acuarios. Dejé mi bicicleta contra las rejas y fui a ver los tulipanes. Los leones estaban feos y tristes y mi pantera dormía. Opté por los acuarios, soslayé peces vulgares hasta dar inesperadamente con los axolotl. Me quedé una hora mirándolos, y salí incapaz de otra cosa.

En la biblioteca Saint-Geneviève consulté un diccionario y supe que los axolotl son formas larvales, provistas de branquias, de una especie de batracios del género amblistoma. Que eran mexicanos lo sabía ya por ellos mismos, por sus pequeños rostros rosados aztecas y el cartel en lo alto del acuario. Leí que se han encontrado ejemplares en África capaces de vivir en tierra durante los períodos de sequía, y que continúan su vida en el agua al llegar la estación de las lluvias. Encontré su nombre español, ajolote, la mención de que son comestibles y que su aceite se usaba (se diría que no se usa más) como el de hígado de bacalao.

No quise consultar obras especializadas, pero volví al día siguiente al Jardin des Plantes. Empecé a ir todas las mañanas, a veces de mañana y de tarde. El guardián de los acuarios sonreía perplejo al recibir el billete. Me apoyaba en la barra de hierro que bordea los acuarios y me ponía a mirarlos. No hay nada de extraño en esto porque desde un primer momento comprendí que estábamos vinculados, que algo infinitamente perdido y distante seguía sin embargo uniéndonos. Me había bastado detenerme aquella primera mañana ante el cristal donde unas burbujas corrían en el agua. Los axolotl se amontonaban en el mezquino y angosto (sólo yo puedo saber cuán angosto y mezquino) piso de piedra y musgo del acuario. Había nueve ejemplares y la mayoría apoyaba la cabeza contra el cristal, mirando con sus ojos de oro a los que se acercaban. Turbado, casi avergonzado, sentí como una impudicia asomarme a esas figuras silenciosas e inmóviles aglomeradas en el fondo del acuario. Aislé mentalmente una situada a la derecha y algo separada de las otras para estudiarla mejor. Vi un cuerpecito rosado y como translúcido (pensé en las estatuillas chinas de cristal lechoso), semejante a un pequeño lagarto de quince centímetros, terminado en una cola de pez de una delicadeza extraordinaria, la parte más sensible de nuestro cuerpo. Por el lomo le corría una aleta transparente que se fusionaba con la cola, pero lo que me obsesionó fueron las patas, de una finura sutilísima, acabadas en menudos dedos, en uñas minuciosamente humanas. Y entonces descubrí sus ojos, su cara, dos orificios como cabezas de alfiler, enteramente de un oro transparente carentes de toda vida pero mirando, dejándose penetrar por mi mirada que parecía pasar a través del punto áureo y perderse en un diáfano misterio interior. Un delgadísimo halo negro rodeaba el ojo y los inscribía en la carne rosa, en la piedra rosa de la cabeza vagamente triangular pero con lados curvos e irregulares, que le daban una total semejanza con una estatuilla corroída por el tiempo. La boca estaba disimulada por el plano triangular de la cara, sólo de perfil se adivinaba su tamaño considerable; de frente una fina hendedura rasgaba apenas la piedra sin vida. A ambos lados de la cabeza, donde hubieran debido estar las orejas, le crecían tres ramitas rojas como de coral, una excrescencia vegetal, las branquias supongo. Y era lo único vivo en él, cada diez o quince segundos las ramitas se enderezaban rígidamente y volvían a bajarse. A veces una pata se movía apenas, yo veía los diminutos dedos posándose con suavidad en el musgo. Es que no nos gusta movernos mucho, y el acuario es tan mezquino; apenas avanzamos un poco nos damos con la cola o la cabeza de otro de nosotros; surgen dificultades, peleas, fatiga. El tiempo se siente menos si nos estamos quietos.

Fue su quietud la que me hizo inclinarme fascinado la primera vez que vi a los axolotl. Oscuramente me pareció comprender su voluntad secreta, abolir el espacio y el tiempo con una inmovilidad indiferente. Después supe mejor, la contracción de las branquias, el tanteo de las finas patas en las piedras, la repentina natación (algunos de ellos nadan con la simple ondulación del cuerpo) me probó que eran capaz de evadirse de ese sopor mineral en el que pasaban horas enteras. Sus ojos sobre todo me obsesionaban. Al lado de ellos en los restantes acuarios, diversos peces me mostraban la simple estupidez de sus hermosos ojos semejantes a los nuestros. Los ojos de los axolotl me decían de la presencia de una vida diferente, de otra manera de mirar. Pegando mi cara al vidrio (a veces el guardián tosía inquieto) buscaba ver mejor los diminutos puntos áureos, esa entrada al mundo infinitamente lento y remoto de las criaturas rosadas. Era inútil golpear con el dedo en el cristal, delante de sus caras no se advertía la menor reacción. Los ojos de oro seguían ardiendo con su dulce, terrible luz; seguían mirándome desde una profundidad insondable que me daba vértigo.

Y sin embargo estaban cerca. Lo supe antes de esto, antes de ser un axolotl. Lo supe el día en que me acerqué a ellos por primera vez. Los rasgos antropomórficos de un mono revelan, al revés de lo que cree la mayoría, la distancia que va de ellos a nosotros. La absoluta falta de semejanza de los axolotl con el ser humano me probó que mi reconocimiento era válido, que no me apoyaba en analogías fáciles. Sólo las manecitas... Pero una lagartija tiene también manos así, y en nada se nos parece. Yo creo que era la cabeza de los axolotl, esa forma triangular rosada con los ojitos de oro. Eso miraba y sabía. Eso reclamaba. No eran animales.

Parecía fácil, casi obvio, caer en la mitología. Empecé viendo en los axolotl una metamorfosis que no conseguía anular una misteriosa humanidad. Los imaginé conscientes, esclavos de su cuerpo, infinitamente condenados a un silencio abisal, a una reflexión desesperada. Su mirada ciega, el diminuto disco de oro inexpresivo y sin embargo terriblemente lúcido, me penetraba como un mensaje: «Sálvanos, sálvanos». Me sorprendía musitando palabras de consuelo, transmitiendo pueriles esperanzas. Ellos seguían mirándome inmóviles; de pronto las ramillas rosadas de las branquias se enderezaban. En ese instante yo sentía como un dolor sordo; tal vez me veían, captaban mi esfuerzo por penetrar en lo impenetrable de sus vidas. No eran seres humanos, pero en ningún animal había encontrado una relación tan profunda conmigo. Los axolotl eran como testigos de algo, y a veces como horribles jueces. Me sentía innoble frente a ellos, había una pureza tan espantosa en esos ojos transparentes. Eran larvas, pero larva quiere decir máscara y también fantasma. Detrás de esas caras aztecas inexpresivas y sin embargo de una crueldad implacable, ¿qué imagen esperaba su hora?

Les temía. Creo que de no haber sentido la proximidad de otros visitantes y del guardián, no me hubiese atrevido a quedarme solo con ellos. «Usted se los come con los ojos», me decía riendo el guardián, que debía suponerme un poco desequilibrado. No se daba cuenta de que eran ellos los que me devoraban lentamente por los ojos en un canibalismo de oro. Lejos del acuario no hacía mas que pensar en ellos, era como si me influyeran a distancia. Llegué a ir todos los días, y de noche los imaginaba inmóviles en la oscuridad, adelantando lentamente una mano que de pronto encontraba la de otro. Acaso sus ojos veían en plena noche, y el día continuaba para ellos indefinidamente. Los ojos de los axolotl no tienen párpados.

Ahora sé que no hubo nada de extraño, que eso tenía que ocurrir. Cada mañana al inclinarme sobre el acuario el reconocimiento era mayor. Sufrían, cada fibra de mi cuerpo alcanzaba ese sufrimiento amordazado, esa tortura rígida en el fondo del agua. Espiaban algo, un remoto señorío aniquilado, un tiempo de libertad en que el mundo había sido de los axolotl. No era posible que una expresión tan terrible que alcanzaba a vencer la inexpresividad forzada de sus rostros de piedra, no portara un mensaje de dolor, la prueba de esa condena eterna, de ese infierno líquido que padecían. Inútilmente quería probarme que mi propia sensibilidad proyectaba en los axolotl una conciencia inexistente. Ellos y yo sabíamos. Por eso no hubo nada de extraño en lo que ocurrió. Mi cara estaba pegada al vidrio del acuario, mis ojos trataban una vez mas de penetrar el misterio de esos ojos de oro sin iris y sin pupila. Veía de muy cerca la cara de una axolotl inmóvil junto al vidrio. Sin transición, sin sorpresa, vi mi cara contra el vidrio, en vez del axolotl vi mi cara contra el vidrio, la vi fuera del acuario, la vi del otro lado del vidrio. Entonces mi cara se apartó y yo comprendí.

Sólo una cosa era extraña: seguir pensando como antes, saber. Darme cuenta de eso fue en el primer momento como el horror del enterrado vivo que despierta a su destino. Afuera mi cara volvía a acercarse al vidrio, veía mi boca de labios apretados por el esfuerzo de comprender a los axolotl. Yo era un axolotl y sabía ahora instantáneamente que ninguna comprensión era posible. Él estaba fuera del acuario, su pensamiento era un pensamiento fuera del acuario. Conociéndolo, siendo él mismo, yo era un axolotl y estaba en mi mundo. El horror venía -lo supe en el mismo momento- de creerme prisionero en un cuerpo de axolotl, transmigrado a él con mi pensamiento de hombre, enterrado vivo en un axolotl, condenado a moverme lúcidamente entre criaturas insensibles. Pero aquello cesó cuando una pata vino a rozarme la cara, cuando moviéndome apenas a un lado vi a un axolotl junto a mí que me miraba, y supe que también él sabía, sin comunicación posible pero tan claramente. O yo estaba también en él, o todos nosotros pensábamos como un hombre, incapaces de expresión, limitados al resplandor dorado de nuestros ojos que miraban la cara del hombre pegada al acuario.


Él volvió muchas veces, pero viene menos ahora. Pasa semanas sin asomarse. Ayer lo vi, me miró largo rato y se fue bruscamente. Me pareció que no se interesaba tanto por nosotros, que obedecía a una costumbre. Como lo único que hago es pensar, pude pensar mucho en él. Se me ocurre que al principio continuamos comunicados, que él se sentía más que nunca unido al misterio que lo obsesionaba. Pero los puentes están cortados entre él y yo porque lo que era su obsesión es ahora un axolotl, ajeno a su vida de hombre. Creo que al principio yo era capaz de volver en cierto modo a él -ah, sólo en cierto modo-, y mantener alerta su deseo de conocernos mejor. Ahora soy definitivamente un axolotl, y si pienso como un hombre es sólo porque todo axolotl piensa como un hombre dentro de su imagen de piedra rosa. Me parece que de todo esto alcancé a comunicarle algo en los primeros días, cuando yo era todavía él. Y en esta soledad final, a la que él ya no vuelve, me consuela pensar que acaso va a escribir sobre nosotros, creyendo imaginar un cuento va a escribir todo esto sobre los axolotl.

Algo muy grave va a suceder en este pueblo - Gabriel García Marquez.



Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. Está sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de preocupación. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella les responde:
-No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo.
Ellos se ríen de la madre. Dicen que esos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro jugador le dice:
-Te apuesto un peso a que no la haces.
Todos se ríen. Él se ríe. Tira la carambola y no la hace. Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una carambola sencilla. Contesta:
-Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que va a suceder a este pueblo.
Todos se ríen de él, y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde está con su mamá o una nieta o en fin, cualquier pariente. Feliz con su peso, dice:
-Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto.
-¿Y por qué es un tonto?
-Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado con la idea de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo.
Entonces le dice su madre:
-No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen.
La pariente lo oye y va a comprar carne. Ella le dice al carnicero:
-Véndame una libra de carne -y en el momento que se la están cortando, agrega-: Mejor véndame dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado.
El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice:
-Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se están preparando y comprando cosas.
Entonces la vieja responde:
-Tengo varios hijos, mire, mejor deme cuatro libras.
Se lleva las cuatro libras; y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que todo el mundo, en el pueblo, está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice:
-¿Se ha dado cuenta del calor que está haciendo?
-¡Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor!
(Tanto calor que es pueblo donde los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos.)
-Sin embargo -dice uno-, a esta hora nunca ha hecho tanto calor.
-Pero a las dos de la tarde es cuando hay más calor.
-Sí, pero no tanto calor como ahora.
Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz:
-Hay un pajarito en la plaza.
Y viene todo el mundo, espantado, a ver el pajarito.
-Pero señores, siempre ha habido pajaritos que bajan.
-Sí, pero nunca a esta hora.
Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo.
-Yo sí soy muy macho -grita uno-. Yo me voy.
Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen:
-Si éste se atreve, pues nosotros también nos vamos.
Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo.
Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice:
-Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa -y entonces la incendia y otros incendian también sus casas.
Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio, clamando:

-Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca.

martes, 6 de agosto de 2013

martin fierro





eso asi y las malas palabras

Eso así. Pedro Alberto Zubizarreta
El Cholito se muere. El Cholito se va. La enfermedad lo atraviesa de lado a lado. Cinco años tiene. Cinco escasos años y la vida ya lo quiere dejar. Ahora no sufre. Ahora no. Está medio dormido, eso sí. Es por la medicación que le dan los doctores para sacarle el dolor. Junto a la cama del Cholito están los padres derramando lágrimas que se abrazan y corren juntas. El Cholito tiene la panza hinchada y le cuesta respirar. Cuando el Cholito empezó con el dolor en la pierna les dijeron que no era nada. Varios médicos lo miraron. Lo miraron un poco por encima, eso sí. Pero qué puede uno hacer, si los hospitales están sin recursos y el papá del Cholito perdió la seguridad social cuando se quedó sin trabajo. Lo llevaron a un médico privado, que sólo lo atendió cuando reunieron el dinero para pagar la consulta por adelantado. El médico privado tampoco lo examinó demasiado. Diagnosticó “dolores del crecimiento”, eso sí. Todo crecimiento va acompañado de dolor, todos menos justamente el que aludía el facultativo. El crecimiento de los huesos no duele. Pero qué puede saber un padre que apenas completó tres años de la enseñanza primaria. Qué le puede exigir a un médico que pasó por una universidad y salió de ella más miope y egoísta que cuando entró. Nada, sólo agacha la cabeza y acepta. Aunque el Cholo se haya seguido quejando, sin poder dormir a la noche, eso sí. El tiempo fue pasando y el dolor en aumento, acompañado por hinchazón en la rodilla. Artritis, les dijeron. El “güesero” del pueblo le quiso acomodar la rodilla, pero se le fracturó el fémur en el intento. Entonces llegó el momento de viajar a la gran ciudad. El Cholito en un grito con cada cimbronazo del autobús. El viaje largo. La llegada a Buenos Aires, con su multitud anónima hirviendo en la Terminal de Ómnibus. Finalmente llevaron al Cholo al Hospital grande. Los médicos estaban serios, mirando placas radiográficas de la rodilla y del tórax. Le practicaron una biopsia. Después vino un médico a hablarles de la enfermedad, que era maligna y se había desparramado por los pulmones. No respondió al tratamiento de quimioterapia y el Cholo empeoró. La pierna se hinchó como un zapallo.
Cholo, Cholito, no te morís solamente de cáncer, también te morís de analfabetismo, de miseria, de desnutrición, de marginalidad. Te morís de injusticia. Te morís de deuda externa. Te morís de anonimato. Te morís de tan pequeño. Te morís aplastado en las vías del desarrollo. Te morís de intereses ajenos. Te morís de extremo sur. Te morís, eso sí.
Las malas palabras. Roberto Fontanarrosa

La pregunta es por qué son malas las malas palabras,¿quién las define? ¿Son malas porque les pegan a las otras palabras?, ¿son de mala calidad porque se deterioran y se dejan de usar? Tienen actitudes reñidas con la moral, obviamente. No sé quién las define como malas palabras. Tal vez al marginarlas las hemos derivado en palabras malas, ¿no es cierto?
Muchas de estas palabras tienen una intensidad, una fuerza, que difícilmente las haga intrascendentes. De todas maneras, algunas de las malas palabras... no es que haga una defensa quijotesca de las malas palabras, algunas me gustan, igual que las palabras de uso natural.
Yo me acuerdo de que en mi casa mi vieja no decía muchas malas palabras, era correcta. Mi viejo era lo que se llama un mal hablado, que es una interesante definición. Como era un tipo que venía del deporte, entonces realmente se justificaba. También se lo llamaba boca sucia, una palabra un poco antigua pero que se puede seguir usando.
Era otra época, indudablemente. Había unos primos míos que a veces iban a mi casa y me decían: “Vamos a jugar al tío Berto”. Entonces iban a una habitación y se encerraban a putear. Lo que era la falta de la televisión que había que caer en esos juegos ingenuos.
Ahora, yo digo, a veces nos preocupamos porque los jóvenes usan malas palabras. A mí eso no me preocupa, que mi hijo las diga. Lo que me preocuparía es que no tengan una capacidad de transmisión y de expresión, de grafismo al hablar. Como esos chicos que dicen: “Había un coso, que tenía un coso y acá le salía un coso más largo”. Y uno dice: “¡Qué cosa!”.
Yo creo que estas malas palabras les sirven para expresarse, ¿los vamos a marginar, a cortar esa posibilidad? Afortunadamente, ellos no nos dan bola y hablan como les parece. Pienso que las malas palabras brindan otros matices. Yo soy fundamentalmente dibujante, manejo mal el color pero sé que cuantos más matices tenga, uno más se puede defender para expresar o transmitir algo. Hay palabras de las denominadas malas palabras, que son irremplazables: por sonoridad, por fuerza y por contextura física.
No es lo mismo decir que una persona es tonta, a decir que es un pelotudo. Tonto puede incluir un problema de disminución neurológico, realmente agresivo. El secreto de la palabra “pelotudo” está en la letra “t”. Hay una palabra maravillosa, que en otros países está exenta de culpa, que es la palabra “carajo”. Tengo entendido que el carajo es el lugar donde se ponía el vigía en lo alto de los mástiles de los barcos. Mandar a una persona al carajo era estrictamente eso. Acá apareció como mala palabra. Al punto de que se ha llegado al eufemismo de decir “caracho“, que es de una debilidad y de una hipocresía…
Cuando algún periódico dice “El senador fulano de tal envió a la m… a su par”, la triste función de esos puntos suspensivos merecería también una discusión.

Lo que yo pido es que atendamos esta condición terapéutica de las malas palabras. Lo que pido es una amnistía para las malas palabras, vivamos una vida sin malas palabras e integrémoslas al lenguaje porque las vamos a necesitar.

Toda la intimidad de Monzón victor hugo


Toda la intimidad de Monzón luego de `su última pelea…´”, columna escrita el lunes 1 de agosto de 1977 para Mundocolor.
MONTECARLO. — El hielo de su whisky se consume sobre la mesa de luz. Es el triunfador. El dueño de la noche. Es la bestia que le toma a la vida sus placeres más fáciles y codiciados. Cuando eleve su mirada al techo, seguramente, lujoso del hotel Hermitage, sentirá como pocas veces que es un ganador. Quizás piense que además de la gloria definitiva, de Natalie y su ofrenda insólitamente sumisa, de ese cigarrillo y esa bebida que significan su vuelta “a la vida”, lo aguardan dentro de pocas horas cientos de miles de dólares. ¿Llegará al millón? Sí, es lo más factible. Llegarás. Mientras, es justo que aunque te duela, beses, y aunque no debas, fumes y bebas. Te lo has ganado con tu extraña mezcla de hombre-indio-macho- titánico gladiador. Te lo ganaste en la entereza para ponerte de pie cuando la contra de derecha de Valdez te paró en seco y se te vino el techo encima, perplejo, por falta de costumbre, tocando la lona, perdedor, casi, de la última pelea de tu vida…
 Mas lo ganaste, cuando la mirada se volvió normal y comprendiste que deberías apelar a todo el fuego que preparaste desde la miseria de tu Santa Fe natal y que no pudieron quemar, la buena vida, los dólares y las mujeres. De pronto, estuvo muy claro que sólo te salvaría, si había en el gran Carlos Monzón toda la entereza de un verdadero campeón. Habrás pensado en Abel, el pibe oscurito que jamás te vio perder, que no debe verte perder. Es muy posible que por un momento te asustaras. ¿Y cómo salgo de ésta, con 35 pirulos y después de trece meses parados, de los cuales 9 me acosté a las siete de la mañana casi todos los días? ¿Cómo hago ahora con este negro agrandado que como nunca ve la posibilidad de hacerme harina? Pero abriste los ojos, miraste la pelea y, apenas te sentiste bien, comenzaste a sacudir los soberbios mamporrazos que te dieron fama de invencible. Poco a poco emparejaste la lucha, y comenzaste el lento,  inexorable, dramático, andar hacia la victoria.
Victor Hugo Morales

regreso al cuadrilatero fontanarrosa

"Regreso al cuadrilátero"de R. Fontanarrosa
Como periodista especializado en el viril deporte de los puños, pienso que ha llegado el momento de explicar al público las causas que ocasionaron la suspensión de la tan esperada pelea Inolfo Soroeta – Félix Durán Iguri. El tiempo ha pasado y la diferente óptica que aporta el devenir de los días puede hacer más comprensible aquel suceso, lejanas ya la emoción y la euforia.Debo reconocer, ahora, que yo no estaba muy convencido de la vuelta al ring de Félix Durán Iguri “El sibarita del cuadrilátero”. Había pasado mucho tiempo desde que el muchacho de Villa Ángela decidiera abandonar el boxeo, para ser más precisos, desde aquella noche en que, combatiendo con el panameño naturalizado irlandés Dely McNally, nolograra visualizar los números que marcaban el paso de los rounds.Los números eran bien grandes –me reconocería Félix años después– para que pudieran ser vistdesde las últimas filas cuando los mostraban desde el ring las pibas. Pero yo no alcanzaba a divisarlos.Comprendí, allí, que mi visión no era la mejor para un pugilista.Esa disminución óptica, sumada al golpe que sufrió Félix al enredarse en la primera cuerda cuando subió al cuadrilátero, apresuraron su retiro.Y allí pareció cerrarse la proficua y exitosa campaña del noble pegador chaqueño, uno delos campeones argentinos y sudamericanos más brillantes que hayamos tenido.Lo encontré un par de veces más luego de su retiro y hallé a un hombre conforme con sudestino, habituado a la comodidad de la vida de hogar, lejos de los fragores del combate y la exigencia desmedida de los gimnasios. En un pequeño negocio de su barrio, vendía esponjas, vendas y hasta aserrín que su espíritu previsor lo había llevadoa recolectar durante su prolongado paso por los rings del mundo.Pero de pronto estalló la noticia: “Félix Durán Iguri vuelve a pelear”, “El sibarita de Villa Ángela regresa al ring”. Confieso que me resistí a creerlo y hasta llegué a pensar quese trataba sólo de alguna delirante versión sin asidero lanzada por alguna publicación sensacionalista. Recurrí al medio más directo para confirmar tal especie: llamé a Félix.Es verdad, Gordo, vuelvo –me saludó desde el otro extremo de la línea telefónica–. Tenés quecomprenderme, extraño el olor a aceite verde, los ruidos del gimnasio, el salto dela soga y aquellos trompadones fulminantes que solían pegarme en la ceja izquierda.Corté sin contestarle. Intuí que Félix también añoraba, aun ocultándolo, el clamor de las multitudes gritando su nombre, su apellido en letras de molde, la gloria tras cadavictoria sobre el cuadrilátero. Para colmo, otros púgiles, por esos días, habían regresado a la lid tras largo ostracismo con evidente éxito, y cito los casos de Ray “Sugar” Leonard, Juan Domingo “Martillo” Roldán, Esteban “Neófito” Higgams y Santos Benigno LaciarEl periodismo todo se hizo eco de la decisión de Durán Iguri, saludando su pronta vuelta. Sólo la revista católica Esquiú puso algún reparo a su intento, publicando una plegaria extensa bajo el título de “Ofrenda adelantada por quien volará a tus manos, Señor”.Y también el quincenario médico Tiroides arriesgó una crítica sutil, advirtiendo sobre los riesgos ciertos que corren las personas empecinadas en acusar el peso correcto en la báscula, procurando dar la categoría. Pero, en líneas generales, el ambiente deportivo celebró el retorno del ídolo.Mi preocupación se tornó completo malestar cuando me enteré de que la Asociación de Boxhabía elegido como rival de Félix en su combate de reaparición a Inolfo “Carpincho” Soroeta, un joven famélico de fama y con dos puños que encerraban la potencia destructivade los proyectiles antitanques.No quise asistir a los entrenamientos de Durán Iguri, previos al combate. Supe, eso sí, que en los primeros días de gimnasio, sus articulaciones rechinaban con sonidos que hacían mal a los dientes y que sus flexiones de cintura consistían en agacharse y luego agacharse un poco más, dado que le era imposible recuperar la vertical.Que se había mostrado desenvuelto, sin embargo, cuando gateaba hacia las duchas. Tampoco quise leer los diarios anticipando el encontronazo. Pero no pude evitar ir a ver la pelea, la noche del evento, ese 15 de mayo de 1978. Y aguzaré mi memoria para contar con la mayor precisión posible los detalles que fueron conduciendo los hechos a ese final imprevisible.
El Luna, recuerdo, tenía el aspecto de los grandes acontecimientos y vino a mi mente, repetidas veces, aquella otra inolvidable velada de la pelea Gatica Prada, cuando Alfredo fracturó la mandíbula del recordado Mono. Y también aquella noche de lapresentación de “Holiday on Ice” cuando la primera patinadora se estrelló contra la valla de contención.Yo estaba prácticamente sobre el ring, ya que me había agenciado una cámara fotográficapara poder acercarme a los gladiadores. Pude apreciar, entonces, el rostro imberbe y reconcentrado de Inolfo “Carpincho” Soroeta, aguardando la llegada al tapiz delantiguo campeón. En su bailoteo, no dejaba de observar el pasillo que traería los pasos de Durán Iguri, el hombre que ya era una leyenda para el boxeo latinoamericano, el púgil sobre quien él seguramente había escuchado hablar desde la primera vez queentrara a un gimnasio. Para colmo, Félix Durán Iguri tardó una eternidad en llegar alring. Saludado por una ovación impresionante, se demoró estrechando manos dejando un saludo acá y un frase allá, a todo aquel que quisiera verlo de cerca, tocarlo, darle su voz de aliento en el trayecto hacia el encordado. Allí pensé que quizás ese solohecho, ese cálido recibimiento al ídolo de otrora, podría justificar el esfuerzo sobrehumano de Félix por recuperar la gloria de otros tiempos. Lo cierto es que Félix Durán Iguri llegó a pisar la lona, no sin dificultad, y se encaminó hacia el centro delring. A la luz despiadada de los focos pude apreciar su cutis ajado, la calvicieque iba descubriendo un cabello frágil y un ligero temblequeo de su barbilla, producto, quizá, de los nervios.De cualquier modo, Félix no dio tiempo a nada y sucedió lo que yo tanto temía. Se acercó a su joven oponente que lo miraba con una mezcla de respeto y reverencia, lo tomó del brazo y le dijo:En este mismo ring, pibe, cuando yo tenía tu edad, me acuerdo que peleé con Tito “Azafrán”Piacenza, pobrecito, que ya murió. Mirá, tendría más o menos tu mismo físico, algo más retacó, pero rubio, porque era rubio Piacenza. ¿Sabés cómo le decían a Piacenza? “El cartucho deLas Varillas”, porque parecía un cartucho de municiones cuando golpeaba. Tiraba entodas direcciones y sin embargo, esa noche a mí no me llegó a pegar una sola trompada. Mirá, acá está el Gordo Santamaría que no me deja mentir. ¿No es cierto, Gordo? Mi manager, que en ese entonces era don Eusebio Colomina, me dijo en el descanso del cuarto round: “Dejá que te pegue alguna trompada, porque tira tanto aire cuando erra que ya me lo resfrió al Juancito”. Juancito era Juancito Etcheverría, un pan de Dios Juancito, que siempre nos ayudaba en el rincón. Acá, don Ismael, se debe acordar. Ismael Arias, el árbitro del encuentro, asintió con la cabeza.Y también solía venir Luisito Higueras –siguió Félix–, el pibe que me hacía de esparring, hoinado también, pobrecito Luis, tan buen chico. Y me acuerdo que Luisito se iba alalmacén que había al lado de “La Triunfal” y se aparecía con un paquetón de galletitas “La Vileta”. Todas las tardes se aparecía con un paquete de galletitas, Luisito. Eran unasgalletitas medias ovaladas, dulces, muy ricas con manteca o mermelada. No había tarde en que no apareciera con las galletitas “La Violeta” cuando todavía Venezuela eramano para acá, no como ahora. Y en el gimnasio estaban Corpúsculo Beitía, Armandito Lucchón, Isidro Soroeta... ¿no era nada tuyo ese Soroeta, pibe?Mi viejo.Pude ver cómo se transfiguraba de emoción el rostro de Félix.¡¿Tu viejo?! ¿Isidro era tu viejo, pibe? –repetía incrédulo, mirándolo con mayor detención,rival–. ¿Vos sos hijo de Isidro Soroeta? ¡Pero mirá lo que son las cosas! Con tu viejo fuimos grandes, pero grandes amigos. ¡Isidro Soroeta! Gran muchacho, un caballero del deporte... ¡Mirá pibe... –Félix, siempre tomando al muchacho por el brazo, señaló hacia un rincón del Luna–. Tu viejo siempre se sentaba allá, en aquella punta; cuando no peleaba, lógicamente, ahí donde está ese cartel de zapatillas que en aquel entonces era deBragueros Patria”. Y, desde ahí, yo lo escuchaba gritar, alentándome “¡Vaaaamos Félix!”, poe él me decía Félix, con ese vozarrón que tenía...Sí, tenía voz fuerte.Un vozarrón tenía tu viejo. ¡Pero mirá vos que alegría! ¡El pibe Soroeta! Y había días que,u viejo... Vení, vení sentate...Todos, con una confusión de sentimientos, vimos cómo Félix Durán Iguri conducía a “Carpincho”Soroeta hasta su propio rincón y lo sentaba en el banquito. Luego, se ponía en cuclillas junto a él y continuaba el relato....y con el Vasco Miguelito... ¿lo alcanzaste a conocer al Vasco Miguelito?
Sí, sí, ¿cómo no?... Nos íbamos a cenar, después de las peleas, a “El Fideo Fino”, de Pascoa, que ya no está más, y fijate, pibe, que el Vasco no nos dejaba pagar, porque decíaque guardáramos la guita para nuestras viejas, mirá vos la bondad de ese hombre... ¡Semurió el vasquito! Una tarde me llamó y lo fui a ver al hospital Centenario y me dijo “Félix –porque me decía Félix– Félix, cuidalo al Tolo.Cuidalo al Tolo”. El Tolo era un perro que él tenía, un salchicha. Y se estaba muriendo el vasquito, pobrecito, de leucemia. Y fijate vos que tu viejo, pibe, tu viejo, Isidro, tu Isidro, nuestro Isidro, fue el que le sacó al Vasco, ya muerto, el protector bucal para conservarlo de recuerdo. Ese era tu padre, pibe. Había tardes en que nos íbamos al cine a ver tres de cowboys...Fue a esa altura del relato que Inolfo “Carpincho” Soroeta rompió a llorar, estrujadosu corazón por aquella catarata de recuerdos y memorias. No nos sorprendió ya que, desde casi cuarto de hora atrás, lloraban el árbitro, los jurados, quien esto les cuenta y hasta gente que había parado la oreja desde el ring-side.Cuando la campana llamó para el primer round, todavía Félix estaba evocando la figurade “Chamuyito”, un canillita que fuera amigo de todos los púgiles de entonces, hasta la negra noche en que lo atropelló un trolebús. Y ambos, Félix y el pibe Soroeta, lloraban como dos niños, como si no tuvieran nada que ver con los dos combatientes, losdos gladiadores, los dos leones que todos reconocíamos en la pelea.
Roberto Fontanarrosa, en El mayor de mis defectos y otros cuentos,©1990 by Ediciones de la Flor S.R.L. Buenos Aires, Ediciones de La Flor, 1990



La yacuaregazú y a la deriva

Roberto Fontanarrosa: “La yacuaregazú” (NADA QUE PERDER)

1- Busquen razones (por lo menos 4) que permitan inscribir este cuento entre los humorísticos. Explíquenlas.
2- Qué recursos emplea R.F. (nombres de lugares, presencia de animales, etc.) para crear un contexto? Señálenlos e hipoteticen de qué contexto geográfico se podría tratar.
3- En la obra, como procedimiento de construcción se emplea:
a) la descripción: transcribir dos ejemplos de descripciones de seres o de lugares innecesarios para la historia y dos ej. De descripciones de características del “hombre” y del mal que lo aqueja.
b) la narración de hechos que muestran situaciones absurdas que vive el personaje.
4- Lean “A la deriva”, de Horacio Quiroga, y expliquen por qué se puede afirmar que “La yacuaregazú” es una parodia del cuento de H.Quiroga.

A la deriva (Horacio Quiroga)
La yacuaregazú (Roberto Fontanarrosa)

Para trabajar con las lecturas

1. ¿Por qué podemos hablar de intertextualidad entre el cuento de Quiroga y el de Fontanarrosa?
2. a) Expresá el tema de A la deriva utilizando una oración unimembre.
    b) ¿Qué elementos funcionan como indicios del final?
3. Comparar el párrafo introductorio de ambos cuentos e identificar las variaciones realizadas por Fontanarrosa al cuento de Quiroga.
4. Los procedimientos del cuento humorístico son: la ironía, el absurdo, la exageración, la parodia, lo imprevisto. Señalen cuál o cuáles de estos recursos utiliza Fontanarrosa. Ejemplificá con fragmentos del texto.
  1. Realizá el esquema de los cuentos siguiendo el modelo presentado:




MARCO
Personajes
¿Quiénes?
Espacio
¿Dónde?
Tiempo
¿Cuándo?

CONFLICTO


¿Qué obstáculo se presenta?
¿Qué intereses entran en conflicto?


DESENLACE



¿Cómo finaliza?
¿Se resuelve el conflicto o queda abierto?




El hombre muerto:



Realiza un cuadro comparativo teniendo en cuenta los siguientes ítems: narrador, personajes-características, espacio, tiempo, visión de la naturaleza, desarrollo del proceso de muerte, temas, elementos propios del relato realista, regionalista.


El almohadón de plumas”:1.Describe a los personajes.
2.Extrae del texto las descripciones del lugar en los que se sugiere un clima de obscuridad y muerte en consonancia con el drama del hombre.
3.¿Qué similitudes tiene el espacio con el de “A la deriva”?
4.Elabora una secuencia de la enfermedad de Alicia.
5.Comenta el papel desempeñado por la mujer en este cuento.





INTERTEXTUALIDAD (resumen)
1.    Enfoques de la intertextualidad
Kristeva (1969) es la primera en llamar la atención sobre la importancia de la existencia de textos previos que condicionan el acto de significar, independientemente del contenido semántico del texto. Esta investigadora señala que la comprensión de los textos aparentemente simples necesita algo más que el mero conocimiento del contenido semántico. El lector ha de tener experiencia de todo un corpus de discursos o textos que conforman ciertos sistemas de creencias en el seno amplio de la cultura. Lo dicho por esta investigadora refleja uno de los problemas que encuentra el lector, a veces, a causa de su desconocimiento de los textos previos de una cultura determinada. El sentido semántico no es siempre suficiente para entender el significado, ya que el conocimiento almacenado desempeña un papel relevante para la comprensión del mensaje. De ahí que un texto mira hacia lo que le precede, dando a su forma, ideológicamente neutra, todo un volumen de significación que lo mantiene y se nutre de la experiencia, o la información previa. Esta es, la principal función de la intertextualidad. Por su parte, Hatim y Mason (1995: 158) afirman:
La intertextualidad ofrece una sólida base de pruebas para la aplicación de nociones semióticas básicas en actividades tales como la traducción o la interpretación.”.
Los escritores, en general, no ofrecen todas las informaciones al lector para entender un determinado mensaje, ya que para realizar tal tarea tendrían que escribir muchas páginas con el fin de transmitir una sola idea. Por eso, recurren a alusiones en sus textos, y el lector, a través de su conocimiento almacenado, llega a entender, o mejor dicho descifrar el mensaje. El hecho de que unos textos sean reconocidos con arreglo a su dependencia de otros textos relevantes es lo que se llama la intertextualidad.
El concepto intertextualidad está formado por el prefijo ‛inter’ que significa reciprocidad, interconexión, entrelazamiento, etc., y ‛textualidad’.
La intertextualidad considera el texto como un tejido o una red, un terreno donde se cruzan y se ordenan textos que proceden de muy distintos discursos.
Además, este término sufrió una larga disputa con el término ‛influencia’ que durante largo tiempo fue su sinónimo; de ahí que trabajos de autores franceses donde aparecen títulos que tratan de estudios intertextuales, aparecen en denominaciones de influencia. El término intertextualidad renueva y enriquece el término de influencia. En este mismo aspecto aportaremos las palabras de González (1994) sobre el origen de la intertextualidad,
La hoy llamada “intertextualidad” se conocía antes por diversos nombres, que venían a significar distintos aspectos de este hecho: rasgo de estilo, de escuela o de generación; fuentes, influencias, préstamos literarios o- en su forma degradante- plagios.”
Los investigadores que apoyan esta postura no están a favor de la intertextualidad, siendo para ellos una forma de plagiar y de copiar de otros textos, asunto desdeñable desde su punto de vista, y el nacimiento de la intertextualidad surge como escapatoria para justificar el plagio. Hoy en día este tipo de estudio se ha convertido en análisis intertextual.
La intertextualidad, como fenómeno relativamente moderno, no afecta de igual forma a todos los textos. La presencia de este fenómeno se observa con abundancia en la parodia y en las reseñas críticas.
Bengoechea (1997: 1) define la intertextualidad como la relación de un texto con otros que le preceden. Lo que viene a significar que la interpretación del texto depende del conocimiento que se tenga de otros textos. La intertextualidad activa en el lector su conocimiento general, que tiene almacenado en su memoria. De ahí que la mayoría de los textos los interpretamos a través de la intertextualidad.
Por su parte, De Beaugrande y Dressler consideran la intertextualidad como una de las siete normas de la textualidad señalando que la recepción y la producción de un texto dependen del conocimiento almacenado en la memoria. Un acervo de textos anteriores acumulados que ayudan en la evolución de los tipos de nuevos textos.
Partiendo de todo esto, podemos afirmar que a los receptores de los textos tienen que poseer una información previa para poder entender los textos nuevos.
Para terminar este apartado, cabe recordar que la intertextualidad es una red de citas donde cada texto funciona no por referencia a un contenido fijo y único, sino por activación de distintos y diferentes códigos en el lector. Siempre existe una co-presencia entre dos o más textos.
1.1. Orígenes de la intertextualidad: Bajtín
La intertextualidad surge como fenómeno contradictorio al formalismo ruso consistente en que un texto puede existir como un conjunto autosuficiente. Entre los que apoyan la idea de que un texto no es un todo, ni autosuficiente, citamos a Charles Grivel, Humberto Eco, etc. Este último afirma que el escritor antes de serlo es un lector, y la influencia de otros textos sucede tanto de forma consciente como inconsciente. La idea defendida por Humberto Eco es adecuada, ya que un texto se escribe a partir del conocimiento previo de otros.
Bajtín (1981), como señalamos antes, propone un enfoque dialógico. Estudia el individuo y su relación con la sociedad, ya que él insiste en que existe una relación inseparable entre individuo/sociedad y rechaza cualquier idea que separe ambos. Señala que a pesar de que el individuo emplea el lenguaje de forma libre, sin embargo condiciona esta libertad con las reglas del lenguaje como una forma de comunicación condicionada, por su parte, por factores espacio-temporales e histórico-sociales que rodean a cualquier individuo.
Este investigador desdeña la épica por ser monológica, y en la que sólo se oye una sola voz. Para concluir, Bajtin ve que la novela no se limita a sí misma sino que lo supera a otros textos. Estos textos son los que dan al texto una densidad semántica.
Lo dicho hasta ahora sobre el marco teórico de Bajtín, lo resume Martínez Fernández (2001: 53) mediante estas palabras: “Ladialogía es el concepto clave por excelencia de la teoría de Bajtín”. El carácter dialógico del discurso es el fundamento de la intertextualidad. Diálogo significa voces ajenas, presencia del 'otro'. De ahí, surge la idea de que el lenguaje es polifónico por naturaleza.
Por su parte, Zavala (1989), señala tres características del pensamiento bajtiniano:
1. La comunicación es un acto social basado en el intercambio; o sea la presencia efectiva del otro.
2. La orientación social es también importante en el discurso literario.
3. La narrativa es fundamentalmente dialógica o polifónica. Todas estas características son importantes para el concepto de intertextualidad.

Como síntesis, para Julia Kristeva, una construcción intertextual es el resultado de varios textos culturales. La intertextualidad, término elaborado por Kristeva, se basa sobre todo en el “imperativo dialógico”, que es concepto propio de Bajtín.
Kristeva (1969) señala la correlación entre los  textos y mediante estas palabras lo sella “Tout texte se construit comme une mosaïque de citations, tout texte est absorption et transformation d´un autre texte. À la place de la notion d´intersubjectivité s´installe celle d´intertextualité”.
Kristeva (1969: 145) descarta la originalidad o la individualidad:
Borges, al igual que Kristeva, rechaza el concepto de originalidad creativa o de propiedad individual o la idea del formalismo mencionada antes de que un texto pueda ser un ente cerrado y autónomo. A propósito de la inexistencia de la originalidad de los textos, Borges señala que según la “cosmogonía judío-cristiana” solamente existen dos libros originales, y que son de Dios: el Libro de la Naturaleza y el Libro de las Escrituras. El ejemplo dado por Borges implica que no existe ningún libro que sea original e independiente de otros antecedentes.
Tanto Bajtín como Kristeva o Barthes están de acuerdo en que el autor crea su vida mediante la experiencia de otros autores, o sea mediante otros textos. Tanto Bajtín como Kristeva partiendo de esta reflexión filosófica entre el sujeto, el medio lingüístico y el ambiente socio-histórico y cultural transmiten esto al texto literario.
Hemos señalado el origen de la intertextualidad, pero este fenómeno, a pesar de que su gestación marca como fecha los años sesenta, precisamente (1967), es muy antiguo, tanto como la escritura. Maureen Duffy lo afirma con estas palabras:
La facultad de crear relaciones intertextuales surge en la niñez, al mismo tiempo que el placer por el juego, el disfraz y la imitación, testimonio que aporta una visión claramente “carnavalesca” y bajtiniana de la intertextualidad.”
Apud Bengoechea (1997: 9).
1.3. Papel de la intertextualidad
La intertextualidad es un medio que permite la interpretación adecuada y justificable de algunos textos. Kristeva ve en la intertextualidad una plática entre una serie de sistemas en conflicto, serie de historias con distintos significados; un medio para salir de dudas a la hora de analizar algunos textos. Es como un lazo entre el texto, la historia y la sociedad en que se crea.
Bengoechea (1997: 6) señala la importancia de la intertextulidad mediante estas palabras,
El análisis intertextual (es) un instrumento clave para entender las contradicciones en las creencias y representaciones socioculturales que encontramos en un texto dado”, y agrega “El fenómeno intertextual se centra en la producción del significado allí donde varios textos, puntos de vista y perspectivas entran en conflicto y se articulan.”.
Mediante la intertextualidad, los autores encuentran una salida que les permite entretejer tanto voluntaria como intencionadamente discursos que permiten al lector activar su mente para interpretar símbolos, mitos, etc. La intertextualidad es un discurso ajeno que está constantemente presente en el habla y que lo desfigura y lo tergiversa.
La lectura intertextual es una de las maneras que permiten al lector descubrir el significado del texto. Su presencia es fundamental…;
1.4. La percepción de la intertextualidad
Plett, en Galván (1997: 63), plantea unas preguntas partiendo de que la repetición es la forma que indica la intertextualidad: ¿qué tipo de repetición se considera suficiente como para hablar de la “identidad intertextual”? y añade ¿quién concluye que una repetición sea intertextual? Este investigador parte del hecho de que es imposible dar respuestas absolutas. En lo que se refiere a la primera pregunta, señala que los criterios de la calidad, cantidad y frecuencia son los que la justifican[1][7].
Al hablar de este punto añade que lo que parece sencillo, por ejemplo, la cita, al relacionarla con el sentido intertextual se convierte en algo complejo, con otras dimensiones que superan las palabras de la propia cita. Siguiendo con la misma cuestión, una sola palabra suele ser, a veces, suficiente como para hablar de la intertextualidad. A pesar de las respuestas presentadas, resulta insuficiente la argumentación presentada.
En lo que se refiere a la segunda pregunta, cabe señalar que aquello depende de la experiencia personal de cada individuo. La intertextualidad, en general, necesita lectores instruidos y cultos o por lo menos con un conocimiento medio.
Plett afirma que la intertextualidad no existe en un mundo libre sino que depende de los acuerdos culturales. Genette señala que existen dos formas para abstraer la intertextualidad: o por imitación o por transformación. En el primer caso se da importancia a la forma de cómo se expone, en cambio con la transformación lo importante suele ser el contenido. De ahí que existan dos elementos importantes: el estilo, en el primer caso, y el contenido en el segundo. Dentro de la transformación, Genette distingue entre la parodia, el travestimiento burlesco y la trasposición. En cambio, dentro de la imitación Genette distingue el “pastiche”, la “charge” y la “forgerie”.
Podemos concluir afirmando que cualquier texto aporta claves que permiten enlazar los textos, sin las cuales no se puede hablar de relaciones intertextuales.








Parodia
Parodia es una palabra que proviene del latín parodĭa y que tiene su origen más remoto en la lengua griega. Se trata de una imitación burlesca que caricaturiza a una persona, una obra de arte o una cierta temática.
Como obra satírica, la parodia aparece en diversos géneros artísticos y medios. La industria cinematográfica, la televisión, la música y la literatura suelen realizar parodias de hechos políticos o de otras obras. Por lo general se apela a la ironía y a la exageración para transmitir un mensaje burlesco y para divertir a los espectadores, lectores u oyentes.


Las parodias habrían surgido en la antigua literatura griega, con poemas que imitaban de forma irrespetuosa los contenidos o las formas de otros poemas. Los romanos también desarrollaban parodias como imitaciones de estilo humorístico, al igual que la literatura francesa neoclásica.
Don Quijote de la Mancha”, la famosa obra de Miguel de Cervantes, suele ser calificada como una parodia que se burla de los libros de caballerías. El heroísmo y los valores transmitidos por este tipo de obras aparecen subvertidos por Cervantes con humor e ironías.
Los Simpsons” es un programa televisivo que se caracteriza por la presentación de parodias de todo tipo. En algunas ocasiones, los personajes de la familia imitan conductas y adquieren poses típicas de personalidades famosas en la introducción de los capítulos. Otras escenas paródicas aparecen en medio de las historias o ya están instauradas dentro de la serie, como la actitud de Krusty El Payaso (una parodia de los animadores infantiles que, en realidad, no tienen simpatía con los niños).


La yacuaregazú - Roberto Fontanarrosa

La yacuaregazú - Roberto Fontanarrosa

Cuando el hombre sintió el pinchazo en la axila, pegó un grito y se desmoronó sobre la hojarasca del sendero.
—¿Qué pasa? -preguntó, alarmada, su mujer.
Edema era una misionera de edad indefinida, de una flacura lindante con lo esquelético, que venía cargando desde Ipuberá con un yacaré de 18 kilos, vivo, comprado en el mercado de la plaza.
—Una yacuaregazú- jadeó el hombre, sentado en el suelo, revisando frenéticamente entre los pliegos de su camisa de brin.
—¿Te picó?
—Me picó.
Edema sabía preparar el yacaré en rodajas no más anchas que la palma de una mano, sazonadas con cebollas angurí y trozos de mandioca. O arrollado, atado como un matambre para evitar que se escape, en caso de no estar bien muerto, tras el primer hervor. Más de una vez le había ocurrido cuerear un yacaré, quitarle las entrañas, salarlo y verlo luego salir huyendo con una gallina entre los dientes, al primer descuido.
"Yacaré mboró pubé" solía decir Edema, y no le faltaba razón.
—¿Dónde te picó?
—Acá —señaló el hombre bajo su brazo.
Transpiraba copiosamente, por el calor oprobioso de la selva y por el miedo. Sabía que pronto empezaría a orinar saliva, uno de los primeros síntomas de la expansión del veneno en su cuerpo.
—Mirá —volvió a señalar— se me ha endurecido esto. Tengo un promontorio duro y redondo como una bola.
—Eso es el codo.
—Me picó en el sobaco —informó el hombre, y por un momento pareció que estuviera hablando de otro.
—No sé cómo pudo meterse ahí.
Pero él sabía que las yacuaregazú buscan los lugares oscuros y pilosos para dormitar. Húmedos también. Tal vez el hombre la había molestado, sin querer, al ajustarse la correa del machete, o se había rascado.
Edema sabía preparar el yacaré en torrejas, a las que acompañaba con arroz, yuca y tomate perita. Pero así al hombre no le apetecía demasiado.
—Andá... andá hasta lo del Catilo... —pidió el hombre a Edema.
—Decile que me picó una yacuaregazú. Decile que busque un médico. Decile que se apure. Edema dejó el yacaré en el suelo y salió a escape.
Era ágil a pesar de su edad indefinida y conocía la selva bastante bien. Cuando el hombre se quedó solo, se percató del silencio. Tanteó de nuevo el lugar de la picadura. Vaya a saber cuánto tiempo hacía que la yacuaregazú había estado habitando la axila, pero no podía hacer más de tres meses.
Para julio lo había atacado el paludismo y el doctor del obraje le había dado quinina y le había puesto el termómetro. Y ahí, en esa misma axila, no había nada. Luego, cuidadoso, el hombre se revisó bajo el otro brazo. Las yacuaregazú suelen andar en yunta y no hubiese sido nada raro que la pareja morase en la axila restante.
Sintió la boca seca y los lóbulos de las orejas le latían como dos pequeños corazones. El veneno de la yacuaregazú es espeso como una melaza, lento por lo tanto, inapelable.Sus efectos se empiezan a sentir más nítidamente a la sombra o después de los días patrios.
—Carajo —dijo el hombre.
Se arrastró bajo un gigantesco tipá rosado y apoyó la recia espalda sobre el tronco del árbol. Miró hacia lo alto, hacia la imponente catedral de vegetación. Le parecía paradójico venir a morir en aquel lugar. Él, justamente él, nacido en esa espesura, hachero, mensú por horas y cazador de monos. Justamente él que, en el obraje, ya había llenado los papeles, bajo la vigilante mirada del mister, para irse a trabajar a Kuwait como operario no especializado.
La bruma propia de Misiones se estaba ya entibiando, cuando el hombre vio llegar a Edema y Catilo por la picada. A Edema también le gustaba servir facturas de yacaré con el mate cocido. Le pegaba al animal en la cabeza con una barreta de acero robada en el ferrocarril hasta que le reventaba los sesos, lo espolvoreaba con harina y lo metía al horno cubierto de pasas de uva. Solían comer de esas facturas, acompañadas de chipá, durante semanas, tan duras eran. Venían de la mano, como dos criaturas, pero en sus ojos se leía la premura y la preocupación.
El hombre sólo se había alimentado con unos hongos amarillentos que encontró en torno al tipá rosado y también había engullido una docena de tucuruces, o bichos de luz, lo que le había dado una cierta energía para rebatir el avance del veneno, y un extraño brillo a la mirada de sus ojos.
—¿Qué te pasó, hermano? —se acuclilló Catilo junto al hombre.
Catilo también era hábil para cocinar el yacaré, aunque lo hacía a la manera brasileña, envuelto en una pañoleta y con mermelada de canela.
—Una yacuaregazú.
—¿Dónde?
A veces, a falta de mermelada de canela, le ponía gas oil, pero no sabía igual.El hombre levantó el brazo derecho y mostró la picadura a Catilo. Para mover con más libertad el brazo, hinchado ya del grosor de una sandía, el hombre se había cortado la manga de la camisa de un machetazo. La fiebre o la torpeza de su mano izquierda habían tornado imperfecto el tajo y el filo del machete se había llevado la manga, una rebanada de codo y dos dedos de la mano derecha, uno de los cuales, el anular, descansaba en el suelo a casi un metro del hombre como señalando algún peligro oculto en la imprevisible maleza.
El otro, el meñique, era llevado dificultosamente por una multitud de hormigas coloradas, selva adentro.
—Esto es picadura de mbemberé, hermano —dictaminó Catilo.— 2
La mbemberé es una araña peluda, del tamaño de una rata y se la llama también araña saltona o rata arañada.
Catilo, y el hombre mismo, la habían visto más de una vez saltar hasta tres metros de largo para vadear arroyos o brincar al lomo de un caballo para arrearse toda una tropilla y pasarla alParaguay.
—Yacuaregazú, te digo.
—¿La viste?
—Medio de reojo, mientras caía.
—¿Cómo era?
—Negra en el lomo. Manos blancas. Pelo cortón, arriba.
—Mbemberé, hermano. El hombre manoteó el machete. Le molestaba que lo contradijeran y más en las ocasiones en que estaba en los umbrales mismos de la muerte.
—Si es mbemberé no es nada —Insistió Catilo.— Te poneés malo un par de días pero después se pasa.
—Andá a verlo al doctor... Andá a verlo al doctor y preguntale —dijo el hombre.
—También pudo ser oso hormiguero, hermano.
—Lo hubiera visto. Andá a buscar al doctor, me estoy muriendo.
—O pato sirirí. Si es sirirí es más jodido.
—Decile que no puedo casi respirar y que me han aparecido ronchas en la lengua.
—¿Te fijaste bien? ¿No puede haber sido pacú reló, hermano? Hay mucho pacú reló en esta época.
—Decile que traiga alcanfor y de esas pastillas azules.
Catilo tomó de la mano a Edema y se fueron corriendo por la picada. Había veces, también, en que Edema fritaba el yacaré en forma de dados, pero había dejado de hacerlo desde la vez en que el hombre juntó los dados e insistió en jugar por dinero.Cuando se halló de nuevo solo, el hombre pensó que hacía mucho que no veía a su tío Everaldo, que tenía que ajustar los alambres del gallinero con hilo chanchero y que si no despejaba hacia el Norte, para el atardecer tendrían lluvia.
—Si es curupí pelado, no cuenta el cuento.
El doctor meneó la cabeza con desaliento tras escuchar las palabras de Catilo y luego había vuelto a mirar fijamente dentro de la boca del pecarí de collar.
—No fue curupí. Fue mbemberé —dijo Catilo.
—¿Lomo negro y pelo cortón arriba? —musitó el doctor.
—Puede ser nutria, también.
El doctor Gomulka sabía mucho del tema. Había venido al país en el 38, mezclado con la inmigración siriolibanesa, expulsado de su Polonia natal por el temor a las guerras y a los esperantistas. Y había ido a Ipuberá por tres días, atraído por la fama de los carnavales misioneros.
Diez años se había quedado allí por causas que nunca se aclararon muy bien. En la cárcel aprendió su profesión, veterinario. Luego, ya libre, había seguido la especialización en Foz de Iguazú hasta alcanzar el título de veterinario odontólogo.
—Tiene que venir pronto —urgió Catilo.
—Está muy malo.
—Ahora no puedo, amigo. Estoy con un tratamiento de conducto.
—Está muy malo.
—Si es yacuaregazú— el doctor siguió atisbando dentro de la boca del pecarí no hay remedio. Corte dos ramas de abaribay y hágale una cruz en la cabecera. Pero si ha sido mbemberé, curupí pelado, nutria u oso hormiguero, por ahí estamos a tiempo. Hágale un torniquete bien ajustado que yo ya voy. R. Antes de salir de la casa del doctor, Catilo quiso asegurarse.
—¿Cuándo viene usted?
—Apenas termine.
Catilo miró el pecarí de collar y vio los ojitos del chancho salvaje, levemente desorbitados, contemplándolo. La anestesia ni siquiera había empezado a causarle efecto. Catilo tomó de la mano a Edema y volvieron a meterse en la selva.
El doctor Gomulka estaba en mitad de la picada cuando se largó a llover. Esa lluvia deMisiones, donde el agua, en forma de pequeñas gotas, se abate desde las nubes hacia la tierra.
En ocasiones, era tal el calor acumulado en la tierra colorada que las gotas de lluvia no llegaban a tocarla. A un metro, un metro y medio del suelo, se evaporaban al entrar en contacto con el tufo hirviente que se levantaba desde el piso. Los primeros años, el doctor Gomulka se sorprendía al ver esa gente empapada desde la cabeza hasta la cintura, y desde allí hacia abajo, impecables.
No estaba habituado el doctor a ese nuevo mundo de contrastes, él, originario de una Polonia inmutable donde el mayor contraste climático que podía recordar era el de un día, en Poznan, donde a la mañana llovió y a la tarde estuvo nublado. Pero no era momento para quedarse contemplando la lluvia, y a poco de andar por la picada, el doctor dio con el claro donde se hallaban el hombre, Catilo y Edema.
A los ojos del yacaré, Edema los sumergía en yema de huevo, los empanaba y les daba un golpe de horno. Conseguía así unos bocaditos que el hombre se llevaba al monte o bien los chicos más pequeños disparaban contra los siriríes, los vencejos o los surubíes flecudos. Catilo se hallaba hincado junto al hombre.
El doctor advirtió un rictus amargo en la cara del hachero. Edema había vuelto a poner el yacaré sobre su hombro y aparentaba estar esperando una orden para reanudar la marcha.
—Se murió —dijo Catilo.— 3
El doctor no contestó nada, pero se acercó al hombre.
Este se hallaba aún recostado contra el tronco del tipá rosado y podría decirse que su expresión era de paz a pesar de la lengua amoratada totalmente fuera de la boca, sus ojos casi expulsados de las órbitas y un rictus horroroso en el rostro cetrino. El doctor prefirió contemplar la picadura, bajo el brazo.
—Carcará —musitó.
Luego meneó la cabeza, confundido.
—Esto no mata a nadie. El carcará es un insecto crisálido no mayor que un grano de maíz tierno. Vive entre el estiércol de los porcinos y el sonido que produce al frotar sus alas posteriores es casi inaudible a menos que se introduzca en el oído de alguien, cosa poco probable.
El doctor encaró a Catilo.
—Cuando ustedes llegaron... ¿Vivía?
—Sí señor.
—¿Y, entonces?
—No soportó el remedio. Le hice el torniquete, como usted me dijo.
-Para parar la hemorragia. En el brazo.
—No —dijo Catilo. Si la picadura hubiese sido en la mano, le hacía el torniquete en el brazo. Pero fue en el sobaco. Le hice el torniquete en el cuello.
El doctor observó de nuevo al hombre. Pudo ver entonces, entre los pliegues de la gordura de su cuello, el relumbrón acerado del alambre.
—"Gente bruta" —pensó. "Con alambre".
Y se volvió para su casa.
Catilo tomó de la mano a Edema y la ayudó a cargar el yacaré hasta más allá de Aguarimbé.